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INTERNACIONAL


Destruyen los túneles de Hezbolá en la frontera de Líbano



El País / Israel / Miercoles 26 de diciembre del 2018

El manzanar lindaba con el muro que sigue el sinuoso trazo de la frontera de Líbano. Las excavadoras militares que lo arrasaron han convertido el plantío en un lodazal por donde las tropas israelíes pugnan por abrirse paso. En una curva descrita por el paredón de cemento a las afueras de Metula, bajo un entoldado blanco que apenas resguarda del aguacero, un pelotón de zapadores ha perforado un pozo de 20 metros de profundidad hasta el túnel horadado por el enemigo del norte.

Doce años después de la guerra que durante 34 días se cobró la vida de 1.200 libaneses y 165 israelíes, la milicia proiraní de Hezbolá ha vuelto a desafiar al Ejército hebreo. Un conflicto soterrado ha emergido hace tres semanas en la Alta Galilea, donde unidades del cuerpo de ingenieros han localizado y comenzado a destruir cuatro pasadizos subterráneos de ataque horadados desde el país vecino.

Un comandante de los servicios de inteligencia militares cuyo nombre no puede ser citado describía los detalles de la llamada Operación Escudo del Norte, dirigida a contrarrestar la amenaza de la guerrilla, durante una reciente visita de la prensa extranjera. “Nuestra misión no tiene limite temporal; seguiremos buscando hasta localizar todos los túneles”, precisaba con el uniforme de campaña empapado por la lluvia.

La galería excavada desde Líbano arranca en una antigua fábrica de cemento situada al sur de la localidad de Kfar Kela y penetra 40 metros en territorio israelí, según la información facilitada por el Ejército. Las sospechas sobre la labor de zapa de Hezbolá al otro lado del muro surgieron hace cuatro años, cuando se reforzó la vigilancia y se añadieron generadores eléctricos en la planta cementera clausurada.

La búsqueda de túneles no dio resultados hasta hace escasas semanas, cuando los ingenieros militares introdujeron nuevos medios tecnológicos. “Se han utilizado sensores sísmicos y radares que rastrean el subsuelo”, aseguraba sobre el terreno el teniente coronel Jonathan Conricus, portavoz de la Fuerzas Armadas.

Israel ya ha empezado a destruir los túneles. Los residentes de Zarit, en la línea divisoria internacional próxima a la costa mediterránea, se despertaron a finales de la semana pasada por una explosión en plena noche. En la demolición del túnel trazado desde la aldea libanesa de Ramiyeh se utilizaron grandes cargas explosivas. Otro pasadizo, cuya localización a lo largo de los 130 kilómetros de frontera no ha sido revelada, fue taponado con toneladas de cemento.

Cuestionado por los sectores más nacionalistas tras el alto el fuego pactado con Hamás en Gaza y acorralado por el avance de las investigaciones de tres casos de corrupción, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, parece haber encontrado en la amenaza subterránea de Hezbolá una salida de emergencia para sus entuertos.

Con una creciente retórica belicista en defensa de la soberanía, señala como responsables de la tensión en la frontera a la milicia chií, al Gobierno de Beirut y al archienemigo iraní. “Los túneles no son solo una agresión, son un acto de guerra”, advirtió el jefe de Gobierno para reclamar la condena de la milicia chií en el Consejo de Seguridad. “Su objetivo era infiltrarse en nuestro territorio para matar y secuestrar y apoderarse del norte de Galilea”, acusó Netanyahu.

El máximo órgano de seguridad de la ONU, convocado por EE UU e Israel, evitó pronunciarse sobre los túneles en su sesión del pasado 19 de diciembre. La milicia libanesa también ha preferido guardar silencio. La Fuerza Interina de Naciones Unidas para la Líbano (FINUL) se ha limitado a verificar la existencia de los túneles, pero no ha confirmado que tengan salida en Israel. El Gobierno libanés, en el que está integrado el ala política de Hezbolá, ha aprovechado para denunciar que en los últimos cuatro meses la aviación israelí ha violado su espacio aéreo en más de 80 ocasiones.

A raíz del conflicto de 2006, el Consejo de Seguridad aprobó la resolución 1701, que estableció un alto el fuego y amplió hasta 10.800 los Cascos Azules desplegados en la FINUL. Esta fuerza multinacional interpuesta en la frontera incluye a 600 militares españoles, que tienen su base de operaciones en la población libanesa de Marjayún, situada a apenas 10 kilómetros del muro de cemento de Metula. En enero de 2015, un disparo de la artillería israelí durante un enfrentamiento con la milicia chií acabó con la vida del cabo español Javier Soria Toledo.

El Partido de Dios
Hezbolá, el Partido de Dios, surgió a partir de la invasión israelí de Líbano en 1982. Después de más de siete años luchando en las filas del régimen de Bachar el Asad en la guerra de Siria, el Estado Mayor de Israel admite que no es la guerrilla territorial a la que se enfrentó en 2006. Ahora son más de 20.000 milicianos y 25.000 reservistas curtidos en combate. El propio Netanyahu reconocía la semana pasada que la organización proiraní ha acumulado un arsenal de hasta 150.000 cohetes, entre los que se incluyen “varias docenas de misiles con sistema de guía de precisión”.

El subterráneo situado bajo el manzanal de Metula puede ser indultado. Lleva camino de convertirse en un túnel piloto, ejemplo real de la amenaza de Irán y sus aliados para ser mostrado a dignatarios extranjeros, embajadores y periodistas internacionales en las visitas organizadas por la diplomacia pública israelí.

En medio de la retórica de la tensión, la vida discurre con aparente normalidad a ambos lados del muro. El tráfico es intenso en la carretera libanesa, que se divisa tras el paredón de separación, que lleva a Kfar Kela. Desde la distancia, no se observa presencia militar, pese del declarado estado de alerta. Un incidente fronterizo estuvo a punto convertirse la semana pasada en la chispa que incendiara la frontera del norte. Un soldado de Líbano llegó a encañonar a los miembros de una patrulla israelí para que no siguieran avanzando mientras desplegaban una alambrada. La oportuna presencia de los Cascos Azules apagó las brasas de un choque de consecuencias imprevisibles.

Desde la altura de una colina fronteriza –en la misma Línea Azul trazada por la ONU en 2000, tras la retirada israelí del sur de Líbano– Betzalel Lev-Tov, de 64 años, y su hija Danielle, de 27, tomaban café al sol en el kibutz Misgav Am. Los 360 habitantes de esta antigua granja colectiva coleccionan carcasas de cohetes Katiusha en el parque comunal. “En 2006 tuvimos que ser evacuados con urgencia, pero desde entonces la situación está en calma”, aseguran los responsables del centro de visitantes del kibutz.

El enclave está rodeado de vallas y alambradas. Cuenta con un pequeño destacamento militar permanente y tres decenas de refugios antiaéreos. “Hace 12 años no avisaron antes de atacar, pero ahora no parece que Hezbolá tengan interés en emprender una nueva guerra después de haber sido destapada su estrategia”, razona Betzalel Lev-Tov, afincado desde hace cuatro décadas en Misgav Am, uno de los núcleos de población israelíes más expuestos a los ataques desde Líbano.