Veracruz, Ver.

     
Manolo Victorio




Historias al vuelo

Óscar Chávez



Jueves 30 de Abril del 2020

Antes de atacar la montaña acampamos en el patio de una escuela primaria, en los linderos de Talquián, a mil 701 metros sobre el nivel del mar.
Después de 30 años regresé una tarde de diciembre, antes de la pandemia, la escuela tiene ya una cancha de concreto y un jardín de dalias.
La tropa durmió con la excitación de ascender hasta la boca del Tacaná, el volcán que une a México con Guatemala.
Nacidos a la orilla del río Coatán, cerca de la desembocadura con la barra de San Simón, el frío era para nosotros insoportable. La noche fue un concierto de dientes chasqueando.
Pobre «Pillaca». El rebozo que le dio su madre no le ayudó mucho.
Arturo «gavilán pampero» Linares era el comandante en jefe de esa tropa loca de costeños que se aventuraron más allá de las bananeras.
Ahí escuché la voz subversiva, guerrillera, contestaria, áspera y revolucionaria de Oscar Chávez.
Me gustó desde el primer desde la primera estrofa sin entender en la mocedad las profundidades del amor y el desamor, alegrías y desventuras, dolor y alegría, dichas y quebrantos.
Ahora, cada vez que como pan sin levadura, como en el pinar del Tacaná, recuerdo al cantor.
«Ya estoy viejo», pienso con nostalgia de aquel diciembre que nos llevó al cráter del volcán, con el bife de fuera y con el coraje de ver en el fondo, una tiendita bien surtida con refrescos guatemaltecos.
A que cachucos tan cabrones.
Hoy a los 85 años, víctima de esta maldita Covid-19, murió quien hizo canción este hermoso poema.

(José Martí)
«Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos;
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda...

Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores...

Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador;
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor.

Como de bronce candente,
al beso de despedida,
era su frente -¡la frente
que más he amado en mi vida!...

Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor;
dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador;
nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor».