Veracruz, Ver.

     
Oscar Uscanga




Entre letras

El Recorrido de la muerte



Lunes 31 de Octubre del 2016

Nunca suele ser una grata invitada a pesar de que nos abraza poco a poco desde el primer momento de vida. Trillan los refranes que “es lo único seguro” en este andar donde nos respira de cerca; más en un país como México, donde se recorre con ella a través de la memoria, el presente y el aparente no futuro.

Restan horas para para que desde el 1 y hasta el 2 de noviembre se presente a festejar en los altares de millones de hogares mestizos que recrean la tradición milenaria de invocar a los que un día también lloraron.

En México, la naturalidad de perecer se convirtió violentamente en un arrebato de la supervivencia. Y de forma ahora “natural”, comenzó en algún momento el recorrido imparable y sangriento de la muerte.

La tumba gigante.

Caminando sin titubear, la protagonista de la historia en este año ha matado con la bala de “homicidio doloso” a más de 15 mil personas en todo México; en el 58 por ciento de los casos ayudada por la mano de su amigo el crimen organizado.

En el caso de Veracruz, estado galardonado por ser asiduo cliente de la muerte en este rojo 2016, lleva en la cuenta 846 personas que fueron obligadas a “descansar” en un ataúd o valija de cenizas.

La tierra con la luna de plata que adoptó la transeúnte obscura por su propicio ambiente fétido, le presenta a sus caminantes el desconocimiento de pisar una tumba no registrada donde están centenares de desconocidos que en algún momento tuvieron nombre. Las decenas de fosas en Veracruz resguardan la tragedia silenciada de los vivos que en su desconcierto no saben que ahí está el hombre, mujer, niño o niña al cual deben rezarle.

La crucial diferencia entre desaparecido o muerto, radica en la sentencia de sufrimiento impuesta para aquellos vivos que desconocen dónde muere lento la fe del ser querido que vive sin vivir; a los que sufren por saber que vieron reír en algún momento, al que murió derramando sangre aún tibia.

Cerquita de México.

En la memoria colectiva del mexicano, comienza a ser costumbre que los asesinados por el crimen organizado se endurezcan en cifras frías; como se cuentan los millones de pesos desfalcados del erario público; como se establece el precio del dólar al despertar en los bancos; como contar cualquier cosa...

En cambio, en el pensamiento de los más allegados a este tipo de muerte, el nombre del difunto y la constante falta de justicia por parte de las instituciones gubernamentales, se siente como un golpe en el rostro que a diario va dejando secuelas.

No hay necesidad de que la Iglesia Católica- que por cierto abarca la fe del 82 por ciento de mexicanos- prohíba el esparcimiento de las cenizas en cualquier lugar. La muerte se ha encargado de brindarnos desde hace tiempo y sin permiso alguno, su espectáculo de cuerpos regados en las calles que a diario se transitan.

El caminar ha enseñado al mexicano que en estos tiempos la calle es una tumba gigante.

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