El País / CDMX / Domingo 25 de abril del 2021
¿Cómo se construye en México una asesina serial?, ¿es la Mataviejitas una peligrosa homicida?, ¿o solo es otra víctima de esa construcción arquetípica? Esa era la pregunta que rondaba a la profesora e investigadora Susana Vargas mientras seguía desde Estados Unidos uno de los casos que sacudió a México durante más de una década. Desde finales de los noventa hasta 2006, la misteriosa muerte violenta de adultas mayores y la posibilidad de que detrás de los macabros asesinatos estuviera una sola persona aterrorizaba a un país que amanecía ya por esos años con crímenes brutales, como los de Los Zetas o los narcosatánicos. Ni los descuartizados, ni las matanzas, ni los asesinatos masivos de mujeres trabajadoras de Ciudad Juárez de esos años habían logrado una movilización tal de las autoridades como los operativos que se emprendieron entre 2005 y 2006 para cazar al que creían entonces que estaba detrás de la estrangulación de esas mujeres mayores. La detención de Juana Barraza, de 49 años entonces, apodada La Mataviejitas, removió los cimientos de una cultura que, según Vargas, fue clave para la construcción del enemigo público de México.
Detrás de La Mataviejitas estaba Juana Barraza. Una mujer corpulenta, de 1,75 metros de altura, que se había dedicado toda su vida a la lucha libre y al comercio. Una mujer que los criminólogos de entonces definieron tras su arresto con una “tendencia innata a la violencia seria”, con una “mirada fría y calculadora”. Poco se sabe de la Barraza real, además de que tenía tres hijos, el personaje ocupó todas las portadas de periódicos durante años. Las fotos de ella enmascarada como La Dama del Silencio, su apodo en el ring, mostrando bíceps y sosteniendo un cinturón que le cubría el abdomen, supusieron la confirmación definitiva de que un cuerpo masculino como aquel había sido capaz de las peores atrocidades: estrangular a sangre fría a decenas de señoras, echando mano de un estetoscopio. Barraza reconoce solo uno de los 16 crímenes que se le imputaron.
Se encuentra en prisión desde 2006 con la condena más alta que se le ha otorgado a un criminal en la historia de México: 759 años. Y se trata de la única asesina en serie jamás señalada como tal antes de su captura en México. “Este tipo de violencia era algo que los mexicanos observábamos en las películas, en Estados Unidos, un fenómeno desconocido para nosotros...”, llegó a señalar el entonces fiscal de la Ciudad de México, Renato Sales Heredia. Y estas declaraciones sorprendieron a Vargas: “¿Por qué los asesinos seriales son más terroríficos que los líderes de los cárteles de la droga?”.
Para Vargas, el peor crimen que Barraza pudo cometer en México fue asesinar a adultas mayores. Consideradas en el imaginario colectivo como las madres de la patria. Las más vulnerables, “desexualizadas”, con una vocación exclusivamente maternal: la mismísima Virgen de Guadalupe. Y su verdugo, una mujer que representa el arquetipo antifemenino, abandonada por su madre, vendida desde que era pequeña al mejor postor, un señor que la cuidó como su hija. “La Mataviejitas tiene una historia muy similar a la de Malintzin [la Malinche]”, señala Vargas. La leyenda negra de la Malinche representa la traición en México, la mujer políglota que fue vendida como esclava a Hernán Cortés y que se convirtió en su traductora y consejera, acusada de provocar las grandes matanzas de los conquistadores. El primer enemigo público de México, desde antes de que se formara el país.
Vargas cuestiona en el libro La Mataviejitas (publicado en inglés, The Little Old Lady Killer) las bases de una criminología que se remonta a principios del siglo XX para certificar a Barraza como una asesina serial en toda regla. “No siente remordimiento”, llegaban a decir de ella algunos de los que la revisaron tras la captura, además de analizar su mirada en diferentes situaciones como prueba irrefutable de su criminalidad. La detención de La Mataviejitas fue el espectáculo de esos años y Vargas explica cómo detrás de la construcción de aquel personaje operaba también toda la moralina mexicana.
Cuando comenzaron a investigar los crímenes como un caso de violencia en serie, las autoridades buscaban a un hombre “brillante”. El estereotipo de asesino serial estaba relacionado con hombres extremadamente inteligentes, según los manuales de criminología. Después de que los testigos aseguraran que habían visto a alguien con ropa de mujer, ni siquiera contemplaron la posibilidad de que se tratara de una asesina, sino de un asesino travesti. No fue hasta la detención de Barraza, poco después de cometer el único crimen que ella reconoce, el de una mujer de unos 80 años en su piso, estrangulada de la misma forma, con un estetoscopio, que las autoridades reconocieron un nuevo perfil criminal: el de una mujer que ya no era “brillante”, sino pobre y analfabeta.
Vargas insiste, no obstante, en que su trabajo no trata de defender a criminal. Su objetivo era comprender qué aspectos de la cultura tradicional, como el concepto que se tiene de lo que debe ser una mujer, también por parte de las víctimas, influyeron en la satanización de una asesina por la que se movilizó un país, mientras que el resto de crímenes del narco quedaban impunes. “Resulta interesante cómo La Mataviejitas no existía sin su disfraz, como la única forma en la que una mujer puede existir. Esto la exime incluso de responsabilidad”, señala Vargas.
En febrero de 2017, Vargas se reunió con Barraza en el penal de Santa Marta, en Ciudad de México. Le sorprendió no observar en la imponente mujer la mirada fría de la que tanto había leído. “Sonreía hasta con los ojos”, relata. Le contó algo que no esperaba. “Me dijo que su actividad principal en la prisión consistía en pasear ancianas, ¿te lo puedes creer?”, señala entre risas la investigadora. No era un chiste. El enemigo público de México, La Mataviejitas, ya no sonreía ni estaba bromeando. “¿Sabes lo que me dicen?: “¿Quién te crees que eres? Tú no me mandas””, relata en la parte del libro sobre ese encuentro. Y destacó cómo después de más de una década en prisión y del monstruo que representaba para el país, solo había algo que la martirizaba de lo que pensaran de ella: “Puedo ser lo que quieran, pero ante todo soy una buena madre”.