El País / Dubai / Viernes 4 de enero del 2019
Además de permitir conducir a sus mujeres y bailar a sus jóvenes, Arabia Saudí está haciendo otros cambios menos ruidosos. Cristianos residentes en Yeddah se han atrevido este año a difundir un vídeo de su fiesta navideña y la reciente visita del obispo copto Ava Morcos se cerró con una misa en Riad, la primera que se celebra abiertamente en ese país, donde está prohibida cualquier manifestación religiosa ajena al islam.
Casi al mismo tiempo, en el vecino Emiratos Árabes Unidos (EAU), donde hace tiempo que se toleran iglesias cristianas y templos hindúes y sijs, se ha roto el último tabú al salir a la luz la rumoreada sinagoga de Dubái.
La misa de Morcos ha sido muy comentada en la prensa árabe, y sobre todo en Egipto, lugar de origen de los coptos, la principal minoría cristiana de Oriente Próximo. Era la tercera vez que el obispo de Shubra el Kheima visitaba Arabia Saudí, pero no hay precedentes documentados de que hubiera oficiado una misa con anterioridad. Los cristianos residentes en el reino, como el resto de los no musulmanes, se veían obligados al culto clandestino en casas privadas o sedes diplomáticas. Ahora, las fotos en las que el prelado da de comulgar a sus fieles se han difundido sin temor a las consecuencias.
Arabia Saudí, donde se estima que residen 1,5 millones de cristianos, todos ellos trabajadores extranjeros, es el único país de la península Arábiga que prohíbe la construcción de iglesias (y otros oratorios no islámicos), después de que Qatar inaugurara su primer templo católico en 2008. No está claro desde cuándo se veda la celebración de misas. Las ruinas de una iglesia anglicana en el centro de Yeddah apuntan a una mayor flexibilidad a principios del siglo XX, cuando los británicos ayudaban al rey Abdelaziz a combatir a los otomanos. También hay constancia de oficios cristianos celebrados dentro del recinto de Aramco, al menos antes de que Riad se hiciera con el control de la petrolera en 1980, justo un año después de que la revuelta de La Meca y la revolución iraní motivaran un giro ultraconservador.
El publicitado viaje de Morcos no ha sido un hecho aislado. La pasada primavera el cardenal francés Jean-Louis Tauran fue la más alta autoridad católica en pisar la cuna del islam, y pocos meses antes, visitó el país el patriarca maronita, el cardenal libanés Bechara Butros Al Rahi. Estos gestos, impulsados por el controvertido príncipe Mohamed bin Salmán, heredero y gobernante de hecho de Arabia Saudí, quieren mejorar la imagen internacional del Reino del Desierto y dejar atrás las acusaciones de que su estricta interpretación del islam, el wahabismo, ha inducido al terrorismo islamista y el sectarismo regional.
Todo ello ha suscitado la esperanza de que se relaje la prohibición a la práctica de otras religiones. Incluso en algún momento se ha especulado con la posibilidad de que Riad autorice la construcción de alguna iglesia. De momento, sin embargo, no se han producido cambios concretos. EL PAÍS ha preguntado al respecto al secretario general de la Liga Mundial Musulmana, el jeque Mohamed Abdulkarim al Isa, quien ha acompañado a todos los dignatarios cristianos en sus entrevistas con el rey Salmán y el príncipe Mohamed. A través de un asesor, el jeque Al Isa ha remitido al Ministerio de Exteriores, dando a entender que se trata de un asunto político más que teológico.
Es la misma impresión que se desprende de la repentina, aunque prudente, salida del armario de la sinagoga de Dubái. Su existencia, mencionada sin detalles en una guía para expatriados de hace una década, se desestimaba como mera leyenda urbana. Si bien oficialmente los judíos están aceptados en el mundo árabe y tienen una larga historia de relaciones con los musulmanes, desde el establecimiento de Israel en 1948 y su ocupación de Palestina, permanecen bajo sospecha. En la península Arábiga, solo Bahréin tiene ciudadanos judíos, después de la práctica desaparición de la importante comunidad que existía en Yemen (emigrada a Israel).
Ahora, a resultas del acercamiento de las petromonarquías a Tel Aviv y la visita de dos ministros israelíes a Emiraros Árabes, la pequeña congregación judía de este país, unas 150 personas, se ha sentido lo bastante segura como para revelar a la agencia Bloomberg que sí, que tras años de reunirse en casas privadas, en 2015 alquilaron una villa en el barrio de Jumeira, donde guardan la Torah, celebran el sabat y preparan comida kosher. Sus impulsores no han respondido a EL PAÍS. Aunque cuentan con el beneplácito de las autoridades, embarcadas en proyectar EAU como un ejemplo de tolerancia para atraer negocios, saben que la opinión pública local es muy propalestina y prefieren evitar el menor roce.
La tolerancia de Arabia Saudí y Emiratos Árabes hacia las minorías tiene sin embargo un límite. Los musulmanes chiíes se quejan de marginación. Las autoridades los ven a menudo como quintacolumnistas de Irán, erigido en adalid de los chiíes, con el que pugnan por la hegemonía de la región. Atrapados en esa rivalidad, algunos inmigrantes de esa confesión han llegado a ser expulsados en los últimos años.