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CULTURA


Nadia Murad, premio Nobel de la Paz tiene una misión



El País / Berlín, Alemania / Viernes 5 de octubre del 2018

A Nadia Murad la violaron a diario. Soldados del autoproclamado Estado Islámico le destrozaron el cuerpo y la mente de por vida. Como a ella, unas 3.000 niñas y mujeres yazidíes fueron esclavizadas por el ISIS en Siria y en Irak. Murad tenía 19 años cuando los hombres armados entraron en su pueblo del norte iraquí, mataron a los varones y se llevaron a las mujeres a Mosul. Las encerraron, las vendieron y rompieron sus cuerpos más allá de los límites de la brutalidad.

Aquellas niñas y mujeres fueron piezas de un lucrativo mercado de seres humanos fundamentado en una supuesta interpretación rigorista del Islam por la que las yazidíes son mujeres infieles. La recién galardonada con el Nobel de la paz logró escapar del calvario tres meses después arriesgando una vez más su vida. Desde entonces, su lucha por llevar a los criminales ante la Justicia Internacional por genocidio y crímenes contra la Humanidad no cesa. Pelea porque se haga justicia con la minoría yazidí, una de las más antiguas de Irak.

Murad, de 25 años, imparte conferencias, viaja, concede entrevistas… rema con la vista puesta en la justicia, aunque según reconoce, muy a su pesar. “Yo no quiero ser activista para siempre. No quiero tener que contar mi historia una y otra vez. Quiero tener mi propia vida”, se lamentaba recientemente en la cafetería de un hotel de Berlín. Pero sabe que no es posible, que su vida se torció para siempre con la toma de Kojo, su pueblo, el 3 de agosto de 2014. A seis miembros de su familia los ejecutaron y también a su adorada madre.

Lejos queda la feliz vida de campesina iraquí. Ahora esta mujer menuda viaja por el mundo con la mirada medio ausente, pero imbuida por su determinación. Le acompaña en su misión Amal Clooney, la conocida abogada defensora de derechos humanos. Ha recibido el premio Sájarov a la libertad de conciencia y el Václav Havel de derechos humanos. Es además embajadora de buena voluntad de Naciones Unidas para la dignidad de los supervivientes de la trata de personas.

Como parte de su cruzada, Nadia Murad ha escrito el libro Yo seré la última. Historia de mi cautiverio y mi lucha contra el Estado Islámico (Plaza Janés), en el que describe con minuciosidad forense su tragedia. Siempre tiene en mente el día después. El día en que su testimonio sirva para hacer justicia. Porque es consciente de que los detalles, el día, la hora, los lugares importan. Es un relato duro y necesario que trata de evitar que la violación vuelva a ser otra vez más un arma de guerra en el enésimo conflicto.

Ahora vive en Alemania, donde llegó con su hermana gracias a un programa que acogió a un millar de niños y mujeres yazidíes, tras pasar por un campo de refugiados donde malvivió en condiciones penosas. Aquí está obligada a extremar su protección porque sabe que los tentáculos del Estado Islámico son de largo alcance, también en Europa.

Durante la entrevista con este diario en Berlín, Murad repitió varias veces una idea que le obsesiona, la complicidad. Sigue sin poder asimilar cómo tantos iraquíes que sabían lo que pasaba de puertas para dentro en las casas del horror donde se violaba a las mujeres no decían nada. Sí, eran víctimas del miedo, pero aun así. “Una minoría trató de ayudar, pero si hubieran querido, podrían haber ayudado a las mujeres a escapar”, decía Murad. Tampoco alcanza a comprender a los jóvenes occidentales que corren a alistarse con el ISIS aún a sabiendas de las atrocidades que cometen.

Y no oculta tampoco su frustración ante la política de refugiados europea. “Ahora gente que ha sido esclavizada por el ISIS durante años vive en campos de desplazados, en condiciones penosas”. Hace poco Nadia Murad hizo público su compromiso con un joven que actuaba de intérprete en las entrevistas. Quiere aprender inglés y maquillaje.