El País / Washington, EU / Miercoles 25 de julio del 2018
La mejor de las disposiciones, sí, pero a la mayor brevedad. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha urgido por carta al presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, a llegar a un acuerdo rápido en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), que se prolonga desde mediados del año pasado.
"Considero que una renegociación exitosa del TLC nos guiará a aún más empleos y mejor pagados para los empleados mexicanos y estadounidenses que tan duro trabajan, pero solo si lo podemos hacer rápido. De otra manera tendré que elegir un camino muy distinto al presente", deja caer el mandatario estadounidense en un texto que da una de cal —el tono para con la nueva Administración mexicana es mucho mejor que el empleado con la del todavía presidente, Enrique Peña Nieto (PRI)— y otra de arena —la sempiterna amenaza de ruptura sigue tan viva como siempre desde que Trump llegó a la Casa Blanca a principios de 2017.
"Nuestras dos naciones", agrega el estadounidense en la misiva, "se benefician de una América del Norte económicamente próspera (...). Pero podemos hacerlo aún mejor".
En realidad, tanto en Washington como en la Ciudad de México interesa que la negociación fluya lo más rápido posible a partir de ahora. En el cuartel general del republicano, porque podría vender el acuerdo como su primera gran promesa cumplida —o el TLC se renegocia, o se liquida, ha repetido hasta la saciedad en los dos últimos años—.
En la capital mexicana, porque supondría alejar la bomba de relojería que supone la negociación del horizonte más inmediato del nuevo Ejecutivo. Sin embargo, el gran escollo en el calendario son las elecciones legislativas de noviembre en EE UU, en la que Trump se juega buena parte de su capital político y que interferirán, con total seguridad, en las conversaciones trilaterales.
Las delegaciones estadounidense, mexicana y canadiense retomarán el jueves el diálogo en Washington en un encuentro en el que ya participará Jesús Seade, el jefe negociador designado por el próximo presidente de México. "Vemos positivo que se reanuden las negociaciones y que podamos pensar que en un periodo razonable se llegue a un acuerdo", ha subrayado este martes el próximo canciller mexicano, Marcelo Ebrard, en la rueda de prensa en la que ha dado a conocer el contenido de la carta, en la que respondía a un texto anteriormente enviado por López Obrador a Trump. "El ritmo dependerá de lo que se vaya avanzando".
López Obrador es, por ahora, de los pocos políticos extranjeros que se escapan de las críticas del magnate republicano. Una sorprendente cordialidad sigue marcando la relación entre ambos desde la rotunda victoria del candidato de Morena en las elecciones mexicanas del 1 de julio. El presidente estadounidense ha enterrado sus reproches feroces a México y ha descrito la llegada de López Obrador como una oportunidad. Lo mismo ha hecho el mandatario electo mexicano. La buena sintonía entre ambos contrasta con la frialdad en la relación entre Trump y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau. Hace justo una semana volvieron a saltar chispas entre ambos Gobiernos después de que el jefe de Estado y de Gobierno de la primera potencia mundial reiterase su preferencia por sendos tratados comerciales bilaterales —empezando por México, y eso sí es una novedad— en detrimento del TLC firmado en 1994.
En contraste, Trump se refirió este lunes a López Obrador como una “persona estupenda” y abogó por “hacer algo muy positivo” para EE UU y México. En la víspera, se difundió una carta de López Obrador al republicano en la que abogaba por el entendimiento y cooperación con Washington en asuntos clave como comercio, migración y seguridad. Es el mismo mensaje que le transmitió hace 11 días en su reunión en México con una delegación estadounidense encabezada por el secretario de Estado, Mike Pompeo.
“Estamos hablando con México sobre el Nafta y creo que tendremos algo solucionado”, dijo Trump en un acto en la Casa Blanca sobre comercio, redoblando su idea de la semana pasada, cuando sugirió alcanzar un acuerdo comercial bilateral con el país vecino en caso de que continúen estancadas las negociaciones para renovar el TLC entre EE UU, Canadá y México.
“Hablé con él largamente en una llamada, hizo un gran trabajo, logró una tremenda votación”, explicó Trump en una probable referencia a la conversación que mantuvieron tras la victoria de López Obrador. “Tienen mucha confianza en él en México, lo cual es bueno pero estamos hablando con ellos de hacer algo muy positivo para ambos países”.
Hay diferencias notables, pero tanto Trump como López Obrador ganaron las elecciones con un discurso populista y nacionalista en el que se presentaban como outsiders. La retórica incendiaria contra México, como la promesa de levantar un muro fronterizo y que pagaría el país vecino, fue uno de los hilos conductores de la campaña del republicano. Durante su año y medio en la Casa Blanca, Trump ha acusado constantemente a su homólogo mexicano, Enrique Peña Nieto, de pasividad ante la inmigración y de aprovecharse comercialmente de EE UU. Es tal la frialdad entre ambos que, como presidentes, solo se han reunido una vez y fue en un país ajeno. Es pronto para saber si las críticas a México reaparecerán de nuevo pero Trump acumula un historial camaleónico que le puede llevar en pocos días de elogiar algo a censurarlo con dureza.
La carta de López Obrador a Trump tenía como broche final un guiño de complicidad: “Me anima el hecho de que ambos sabemos cumplir lo que decimos. Conseguimos poner a nuestros votantes y ciudadanos al centro y desplazar al establishment o régimen predominante. Todo está dispuesto para iniciar una nueva etapa en la relación de nuestras sociedades, sobre la base de la cooperación y la prosperidad”.
En la forma y en el fondo, la misiva prolonga el clima de sintonía y alejamiento de las hostilidades con que el equipo de López Obrador ha querido envolver su posición diplomática con Trump, que conquistó la Casa Blanca espoleando un discurso xenófobo en el que México juega el papel de enemigo imaginario.
La carta supone otra vuelta de tuerca a la estrategia de no confrontación, a apostar por las semejanzas que pudiera haber entre el anómalo ascenso en la escena estadounidense de una figura política como Trump y la rotunda victoria de Morena: una formación sui generis en la férrea cultura política mexicana –a izquierda y derecha, todas formaciones desgajadas en mayor o menor medida del PRI– nacida hace apenas cuatro años a imagen y semejanza de su fundador, AMLO, con el objetivo de capitalizar el descontento que recorre el país en tiempos de quiebra del sistema tradicional de partidos.
Si el discurso visceral y polarizador de Trump interpelaba a los perdedores de la globalización y hastiados con las élites; López Obrador ha centrado su estrategia en enfrentar en el tablero electoral a “la mafia del poder” con el “pueblo”, en un intento de activación política de los sempiternos olvidados del México moderno, los 50 millones de pobres –casi la mitad de la población–, en su mayoría indígenas o mestizos, sin apenas estudios y hundidos en la economía informal.
Hijo político de las esencias del nacionalismo revolucionario priista –durante 20 años militó en el entonces partido hegemónico– para muchos analistas fue una sorpresa que López Obrador borrara durante su campaña cualquier atisbo de discurso anti-EE UU. Al revés, el líder de Morena encontró pronto un hilo de sintonía con Trump en la renegociación de los términos originales del TLC. Rompiendo otro cliché del viejo izquierdismo, López Obrador se ha mostrado a favor del libre comercio, pero abierto a una reformulación que estimule el mercado interno mexicano. Uno de sus lemas de campaña fue: “la mejor política exterior es la interior”.
En esa misma lógica, en su carta López Obrador se comprometía mejorar el bienestar de su país para que “los mexicanos no tengan que emigrar por pobreza o violencia”. No es la primera vez que un mandatario mexicano le tiende cándidamente la mano a su homólogo del norte. Cuando Vicente Fox rompió en 2000 la larga hegemonía de poder priista, invitó a su rancho a George W. Bush para prometerle mano dura en inmigración.