Marca / Rusia / Domingo 15 de julio del 2018
Entre Paul Pogba y Antoine Griezmann, símbolos del músculo y el ingenio, la Francia de Didier Deschamps conquista el mundo. La final fue un resumen del Mundial galo, una exhibición de eficacia y potencia. No es una Francia con un solo emperador, es un equipo hecho de granito.
La segunda estrella llegó por la vía del martilleo. Croacia sucumbió primero ante la alta definición del VAR, luego por la fatiga física y mental.
La juventud gala puede marcar época. Los 19 años de Kylian Mbappé auguran un Arco del Triunfo abierto durante años.Croacia llegó hasta donde nunca pensó. Terminó un Mundial para héroes, con tres prórrogas y varias tandas de penaltis. En el último día le abandonó la fortuna y el factor audiovisual.
Además, Luka Modric nunca encontró el hueco por el que hacer historia. Su pareja con Ivan Rakitic merece entrar en los libros de historia del fútbol croata.
Un dúo conmovedor, de centrocampistas de talento, a los que da gusto ver.Son los nuevos tiempos.
La Francia del 82 enamoraba desde el centro del campo, cuando cada pase salía con un ramo de flores. De ello se encargaban Platini, Giresse o Tigana.
La Francia del 98 se metió en la coctelería: por un lado, Zidane o Henry, y por el otro la musculatura de Vieira, Deschamps o Thuram.
En ese pulso de estilos entre generaciones Deschamps ha construido una Francia metálica que escribe cartas de guerra desde el gimnasio.
Dejó fuera a Karim Benzema, Dimitri Payet o Adrien Rabiot porque tenía claro que su equipo debía ser una ferretería a la hora de defender. De la escultura se ocupan Griezmann y Mbappé, uno el más listo del mundo y el otro con la capacidad de desordenar los músculos de los rivales.
Los escoltas, la oficina de repartos de Deschamps, formada por N?Golo Kanté, Pogba y Balise Matuidi es más que un protocolo nuclear. Los tres son capaces de disputar un partido sosteniendo un menhir como los héroes de Astérix.
Croacia entró bien en el partido. No se sabía cómo iba vestido Danijel Subasic. Griezmann, maduro y voraz, capaz de rodar un documental para llamar la atención, vio que era su oportunidad. Se lanzó al pasto cuando vio cerca a Marcelo Brozovic. Néstor Pitana picó en lo que ya era noticia universal, un francés engañando a un argentino.
Su balón, blando y con arsénico, sólo necesitaba un flequillo. Encontró el de Mario Mandzukic.
La Croacia del triple de Drazen Petrovic sacando la lengua, del pase de Balic a siete metros en balonmano mirando a la tribuna o el vals de Dino Radja en el Boston Garden no encuentra una jugada imposible.
La encontró con el empate de Ivan Perisic, un golazo con la izquierda. Quedaba el guiño del VAR. Un balón dio en la mano de Perisic. 500 millones de personas vieron penalti, otros 500, no. Pitana vio el pantallazo y señaló el punto de penalti.
Ahí murió Croacia, más cuando tras el descanso Pogba y Mbappé disecaron a Subasic.
Francia había hecho cuatro goles como si fuera un estornudo y sin delantero centro... Olivier Giroud volvió a hacer de señuelo, un homenaje a la alergia histórica gala a los delanteros centros.
El ariete se encarga de despistar a los centrales, trabaja para los demás. Se va del Mundial con varios cubos de sudor en el vestuario. No le han hecho falta goles. Como un libro sin letras, un ariete sin goles.
Croacia encontró un leve consuelo en un regalo de Hugo Lloris, último fleco de un Mundial que ha dejado muchos porteros malheridos en el prestigio.
No es el caso del guardián del Tottenham, fiable cuando ha sido necesario. Con comodidad Francia se limitó a esperar el final del partido.
La fórmula de Deschamps funcionó. Los nuevos emperadores no han encontrado oposición. Han sabido descifrar a Lionel Messi, a Luis Suárez, a Eden Hazard y a Luka Modric.
La segunda estrella brilla en Francia.