Diana Rojas / Boca del Río, Ver. / Domingo 16 de octubre del 2016
Tolio y Luis llegaron a las once de la mañana al camellón de la Avenida Costa Verde. El taxi los dejó como todos los viernes en el crucero cerca del semáforo. Prepararon el organillo y recargado sobre Tolio empezó a emitir el sonido peculiar activado por una manilla que hace girar un cilindro en su interior.
Luis con la gorra en la mano comenzó a caminar entre los coches, algunas ventanillas bajaban para entregar una anónima cantidad, el agradecía con una inclinación de cabeza y seguía hasta que el semáforo volvía al verde.
Tolio toca el organillo compasivamente mirando aquí y allá, no se nota, pero pesa 40 kilos, parte del peso apoyado en una pata de palo y el resto descansa sobre el cuerpo de él. Después de estar a la sombra de una palmera casi treinta minutos tocando, es su turno de ir a través de los autos con la gorra en mano a pedir cooperación para mantener viva la tradición y su solvencia económica.
Desde Mayo mantienen la profesión del cilindrero en la entidad veracruzana. Luis había estado antes en México y en Hidalgo, mientras que Tolio en Oaxaca y Querétaro. Absolutamente todos los días de la semana, sin perdonar domingos y festivos, ya que la renta del organillo no se pagará sola, salen a trabajar.
Sombras cargando una caja.
La novedosa figura en el camellón junto a los limpiaparabrisas, la vendedora de chicles, el vendedor de limones y Tolio el organillero, se dispone a realizar una entrevista. La intromisión ha arrancado comentarios y cuestionamientos acompañados de risas por parte del resto del elenco del camellón.
Uno más alto que el otro, los dos con piel cobriza, sonrientes y precavidos ante los extraños. Tolio muestra un bigote parecido al del jicote aguamielero de Cri-Cri, Luis tiene la tez limpia a pesar de las pecas que cubren sus rasgos por el sol. Cubiertos por sus uniformes de trabajo solo se ve la piel del rostro y manos.
Ambos son originarios “del lugar del maíz”, Zentla, un municipio cerca de Huatusco. Hasta el momento se jactan de ser ellos dos, los únicos organilleros en Veracruz. -Porque los otros tienen adentro grabadoras- me dice Tolio con aire confidencial- aquí tiene un cable- muestra la parte trasera del organillo pasando un dedo por donde estaría el imaginario cable.
El organillo es un instrumento que desde hace 200 años llegó a México, surgió en Europa en el siglo XIX en Alemania. –En Alemania ¿no?- le pregunta Tolio a Luis.
-Sí, y de ahí los migrantes lo trajeron a México, completa éste.
Canciones de rodillo.
Si unas cincuenta canciones en el MP3 cansan con el paso de las reproducciones imaginar lo que es ocho canciones en una caja de madera tocadas una y otra vez ni se diga, la capitalización y globalización de la música relegan las melodías tradicionales, un éxito tras otro en menos de un mes y el organillo sigue tocando en el camellón.
Una tradición que va decreciendo gradualmente y se valora menos, pocos conocen al organillero como lo era antes. Un portador de música que animaba las plazas y los lugares conocidos del lugar. -Pero no podemos ir al malecón o al zócalo, y eso que mucha gente que se acerca a cooperar nos ha recomendado ir.
- No pues es que no nos dejan tocar allá, pero la verdad nos va mejor en los cruceros, a veces los de comercio son los que andan, en dos ocasiones nos han dicho que nos movamos, pero no insisten tanto y aquí seguimos- levanta los hombros y hace mueca de conformidad.
Es también por esta razón por lo que todos los días cambian de ubicación, se dice que los organilleros tienen que tener “pata de perro” y caminar por toda la ciudad. Tolio y Luis reservan una ubicación para cada día de la semana, siempre en cruceros. Los lunes están en la Fragua y Colón, mientras que los martes en Úrsulo Galván y Ejercito Mexicano, los viernes en Costa verde, cerca de la zona universitaria.
Unos pesos más que el salario mínimo.
En un buen día reúnen 200 pesos libres restando los 160 de la renta del organillo. Luis Román Dichi, dueño de los organillos, además de rentarlos también vende, afina y repara los instrumentos. Él se encuentra en México y es allá donde el negocio tiene mayor auge.
Cuando se desafina acuden con Luis Román, el único que sabe repararlo, la partitura en su interior compuesta de incrustaciones metálicas gira gracias a la fuerza empleada en la manija, el resto del instrumento está fabricado con madera.
El organillo es una especie de piano pequeño, portátil, emite un sonido ventoso, al menos en el camellón sientes las notas llegar gracias al transporte del viento. No es un sonido relajante como el del piano, ni uno dramático como el violín, en realidad es un poco desesperante, triste más bien, o será que trae consigo el recuerdo de un glorioso México revolucionario.
Es en la ciudad de México donde ha permanecido mejor esta tradición, incluso ahí se encuentra la Unión de Organilleros la cual se formó en 1975. La unión les dona el traje oficial de organilleros, pero al no ser parte de esta, Tolio y Luis usan los propios.
La vestimenta de Luis es unos tonos más debajo de la que debería ser el uniforme, pero a falta de recursos para conseguir el oficial y de lo súbito de su introducción al oficio se las arregla improvisando algo bastante parecido. Las gorras las usan para la cooperación, - aunque deberíamos de traerlas puestas, pero hace mucho calor - se abanica el aire con ella.
El campo no da para comer.
Fue el sobrino de Eustolio quien invitó a Luis a la capital para ser su acompañante en el organillo. Hace más de dos años de la primera invitación, Luis estuvo 7 meses en Iztapalapa y recorriendo el resto de la ciudad, después regresó a Zentla a trabajar en el rancho y a cuidar de sus tres hijos que deja a cargo de su madre.
En Febrero de este año la invitación se volvió a extender otra vez en la ciudad de México, en Mayo fue cuando se unió a Tolio en Veracruz.
“Para todos los trabajos se debe tener aunque sea un poco de gusto para hacerlos” indica Tolio. Aunque la necesidad les ha llevado a ser organilleros existe un toque de amor por el oficio. “Yo siento que la gente si apoya en esta tradición, poca la gente grosera, cuando comencé había personas que me dijeron ponte a trabajar, ¿porque estás pidiendo?”
Yo trato de ignorarlos porque si les hago caso me desconcentro, conviene Tolio, les digo: gusta cooperar con una moneda para la tradición del organillero y bendigo a la persona como sea que me trate.
Más cornadas da el hambre.
La necesidad es la que los ha llevado al camellón de Costa Verde y a otros seis de la zona conurbada, - y es un trabajo donde nadie obliga a nada, es solo de echarle ganas para sustentar la familia, no respondes a un patrón -menciona Luis, solo no hay que fallar en la renta.
Luis contesta ante la interrogativa por el animalito que acompaña al representante del oficio, -según en las películas salía que era un changuito el que pedía las monedas, por eso a nosotros no falta el día en que nos dicen ¿Y el monito?
-Y yo cuando estoy cooperando les digo -Ahí está tocando- señala Tolio a su compañero.
-Monito es el que se encarga de la cooperación, le contesta Luis.
El patrón de la renta del organillo ha querido incluir al antiguo cooperador, pero la comercialización de monos araña es ahora penalizada y tipificada como un delito contra animales exóticos.
Momentos acompañados de una canción.
El oficio de organillero nació durante el gobierno de Porfirio Díaz en México, ha inspirado a varios artistas y ha tenido con el paso del tiempo su decadencia. “El organillero” de Gilberto Martínez Solares y “Escuela de Música” de Miguel Zacarías son ejemplos de cine y organilleros. En la música “El organillero” de la Orquesta de Aragón y con el mismo título de Los Huasos Quincheros.
Todo tipo de música nos evoca y trae recuerdos, la nostalgia puede ser la principal razón por la que las personas se ocupan de cooperar al par de amigos, quizá con seguridad los únicos representantes de una tradición ya casi muerta en la ciudad.
No sabemos si continuemos en esto, al menos yo no soy constante y por eso no nos unimos a la Unión de Organilleros, nada más es por temporadas. Yo tengo que regresar con mis hijos, explica Luis.
También Tolio tiene un hijo y no cuenta con su esposa por lo que la condición de precaria crianza con respecto a sus pequeños la comparten también los amigos. Y es la razón por la que regresan a trabajar en el rancho de Zentla cada cierto tiempo. Este par de compañeros y amigos recuerdan a esa frase popular que dice: “los mejores y los peores momentos de nuestra vida, siempre están acompañados de alguna buena canción.”
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@RojasDianaLiz