Veracruz, Ver.

     
Hugo Parroquín




Me voy pa'l Santuario

Rutilo, un jarocho genial



Jueves 9 de Agosto del 2018

La fama de un jarocho gira en torno a sus anécdotas.

Mientras más cosas se digan de ti, más famoso eres.

Obviamente debes tener talento para sobresalir y distinguirte en una o varias facetas de la vida.

En todos los pueblos del sotavento veracruzano hay personajes famosos por tal o cual actividad, yo recuerdo el nombre de algunos, por ejemplo, el "Vale Bejarano" en Alvarado, un repentista como no ha habido nadie más. Su agilidad mental y su picardía le permitían improvisar versos que le crearon tanta fama que hasta Salvador Díaz Mirón lo quiso conocer.

Uno de esos versos decía:

Mis versos no tienen tasa
ni tampoco entonación,
eso por pobre me pasa,
si tuviera educación
fuera yo un Antonio Plaza o
un Salvador Díaz Mirón.

En la reunión que sostuvo con el ya famosísimo Salvador Díaz Mirón, el Bardo Veracruzano le pidió que, dada su gran fama de improvisador, le hiciera un verso que rimara con la palabra indio, (en el idioma español no existe tal posibilidad), el Vale se tomó un par de minutos, cerró los ojos y le dijo:

Alguien por decir rindió
se equivocó y dijo rindio,
no sé si es error o no;
pero es consonante de indio
como usted me lo pidió.

En el Santuario tuvimos también muchos personajes célebres, uno de ellos fue el famoso tío Rutilo Parroquín, quien llevó el son jarocho a los más alejados rincones del mundo.

Tocaba de manera magistral el arpa, el requinto y la jarana, improvisaba como nadie, era todo un jarocho, un jarocho atípico, además.

Medía algo más de un metro ochenta, era muy blanco y tenía los ojos azules; usaba chanclas de "pata de gallo", hasta hace unos días supe (por un comentario de su hijo Néstor) que las usaba porque no podía amarrarse los zapatos.

Ese tío Rutilo era, además, un consentido de los presidentes de la república, quienes lo invitaban a los viajes internacionales como embajador de la cultura popular mexicana. En todas las giras el tío ponía a Veracruz y a su música en un lugar muy alto.

Cierta ocasión durante una gira por el estado de Chiapas, el Presidente en turno invitó al tío Rutilo a una cena buffet en donde convivirían con lo más granado de la sociedad chiapaneca.

Desde luego que la invitación incluía la participación artística del tío.

Empezó la cena y Rutilo, que tenía entre muchas otras virtudes, la de comer muy bien, lo primero que hizo fue echarse el requinto a la espalda, tomar un plato de la mesa, llenarlo con distintas viandas y de pie disfrutar de esos manjares.

En eso estaba, cuando en su recorrido por el salón llegó la comitiva del Presidente de la República, quien iba acompañado por el Gobernador y algunas personas más.
El Presidente se detuvo frente a él, lo saludo afectuoso y le preguntó:

—¿Por qué no ha cantado, amigo Rutilo?

El tío Rutilo, ni tardo ni perezoso, le respondió:
—Es que lo estaba esperando señor Presidente, le acabo de hacer unos versos.

—Pues adelante, ¡cántelos! —le ordenó el Presidente—, el tío Rutilo con esa irreverencia típica del jarocho, le pidió que le detuviera su plato, se acomodó el requinto y empezó a cantarles.

Dicen los enterados que esa ha sido ¡la única ocasión que un presidente le carga un plato a una persona mientras conviven!

* Tomado del perfil de Facebook de Hugo Parroquín Aguirre.