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CULTURA


El día que rechazaron publicar la obra maestra de Elena Garro



Aristegui Noticias / / Domingo 11 de diciembre del 2016

El 22 de junio de 1962, la escritora Elena Garro recibió en su departamento de París, Francia, una carta con buenas noticias. Era un sobre que provenía de Barcelona, España, y estaba firmado por Carlos Barral, jefe de la editorial Seix Barral.

El mensaje decía:

“Recientemente, Octavio Paz me dejó un breve relato de Ud. y me habló de una novela inédita. Tras leer el relato, escribí a Octavio diciéndole que me interesaría mucho conocer su novela. En una última carta, me da señas y me dice que me dirija directamente a Ud. Me interesa mucho conocer su libro. Si en principio le interesa la posibilidad de publicarlo en España, le ruego que me lo envié a mi nombre y a las señas de la editorial”.

La novela inédita de la que hablaba Barral, eran Los recuerdos del porvenir, escrita por Elena Garro desde 1953. Habían pasado casi diez años desde desde que la escribió, en Berna, Suiza, y no había tenido oportunidad de publicarla.

Aunque Paz y Garro estaban divorciados desde 1959, tras 22 años de un complicado matrimonio, en cuestiones literarias se tenían respeto mutuo.

Elena, de entonces 45 años, sólo había publicado el volumen de teatro Un hogar sólido, y se había dedicado al periodismo y a hacer guiones de cine.

Garro mandó copia de su novela a Carlos Barral con la esperanza de verla, al fin, publicada. Pero corrieron varios meses hasta que tuvo una respuesta del editor.

Y no fue la que hubiera esperado.

Elena Garro nació el 11 de diciembre de 1916 en la capital del estado de Puebla. La ciudad es un mero accidente en su registro biográfico. Su verdadero lugar de origen, su tierra, fue Iguala, Guerrero.

Tanto amor tuvo por la localidad, que la convirtió en escenario de Los recuerdos del porvenir, además de cuentos y obras de teatro.

“En 1953, estando enferma y después de un estruendoso tratamiento de cortisona escribí Los recuerdos del porvenir como un homenaje a Iguala, mi infancia y aquellos personajes a los que admiré tanto y a los que tantas jugarretas hice”, escribió al fallecido crítico Emmanuel Carballo.

Pero la novela era mucho más compleja. Por un lado, era una crítica a la Revolución Mexicana; por otro, era una profunda reflexión sobre la memoria y la multiplicidad del tiempo. También hablaba sobre la discriminación hacia los indígenas. Otro tema era la liberación femenina y la traición como único medio de romper con la sociedad.

La novela planteaba una visión pesimista de México: para Garro, es un país atrapado en un tiempo cíclico, en la repetición de sus tragedias, sin posibilidad de escapatoria.

Leído desde nuestros días, la novela guarda paralelismos con el caso Ayotzinapa. Ambos ocurrieron en Iguala, aunque en la ficción Garro nombró al pueblo “Ixtepec”. La versión oficial del Gobierno es que los 43 jóvenes normalistas fallecieron en Cocula. En la novela, a los indígenas los llevan a la horca, “por pobres”, también en Cocula.

Se cuenta que Garro tomó el título de su libro de una pulquería. Pero ella estaba convencida que la memoria del futuro era una teoría válida. En 1964, dijo al académico Joseph Sommer:

“Yo creo que la memoria es el destino del hombre, porque cuando nosotros nacemos, ya el destino que vamos a llevar, ya lo llevamos dentro, por eso ya no nos acordamos de él. Y podemos salvarnos por un acto casi mágico. Los católicos decimos un acto de contrición. Y los budistas dicen el satori, es la iluminación repentina. Es lo único que nos puede salvar de la memoria, de la repetición”.

En el centro de Iguala, a unos pasos de la plaza principal, hay una vieja casona de fachada blanca que, en uno de sus muros, tiene adosada una placa metálica con el nombre de Elena Garro.

La placa dice: “Durante su adolescencia habitó en esta casa de donde surgieron las ideas para escribir su magna obra, Los recuerdos del porvenir, en la cual describe la vida de Iguala en este tiempo”.

El homenaje tiene varios errores: da 1920 como año de nacimiento de Elena y, en realidad, la escritora sólo vivió allí durante su infancia e inicios de pubertad. Pero esa confusión forma parte de la imagen pública de Elena Garro. Con ella nunca hay versión definitiva.

La génesis de Los recuerdos del porvenir se remonta a 1952 en Tokio, Japón, adonde Garro acompañó a Octavio Paz en sus trabajo en la Cancillería mexicana. Con ellos estaba la única hija de ambos, Helena Paz Garro.

Garro cayó enferma de mielitis, una infección de la médula ósea. Tenía alucinaciones y la mitad del cuerpo paralizado, debido a que le dieron una sobredosis de cortisona. Y aunque siempre fue delgada, llegó a pesar 50 kilos. La recomendación del médico japonés fue trasladarla a un sitio con mejor clima y altura, y sugirió Suiza.

Tras largas gestiones con la Cancillería, en octubre de 1952 la familia recibió la orden y los recursos para la mudanza. Mientras se recuperaba, Elena mataba el tiempo con la escritura de Los recuerdos del porvenir.

Pero su talento no era fortuito. Elena había estudiado Letras Españolas en la UNAM y tenía una vasta cultura, gracias a la educación que recibió por sus padres en Iguala.

“En la casa no íbamos al colegio. Era una casa muy grande en un pueblo de indios nada más, en el estado de Guerrero, muy primitivo. No había luz eléctrica ni había nada. Y mi papá y mi tío eran ocultistas. Ellos habían estudiado en Europa y eran así, muy locos, muy románticos. Nos daban clases a mí y a mis hermanos. Nos enseñaron francés, nos enseñaron latín y tenían una biblioteca muy grande, con todos los clásicos españoles, griegos, latinos, ingleses y alemanes. Y leíamos todo el día”, contó a Sommer.

Después de que acabó el manuscrito de Los recuerdos del porvenir, Garro lo guardó. Alguna vez llegó a decir que no le interesaba ser escritora y, en todo caso, prefería ser lectora. También hubiera preferido ser actriz o bailarina.

Cuentan que el manuscrito estuvo a punto de perderse en dos ocasiones. Una, cuando olvidó el baúl en un hotel en Nueva York y lo recuperó su hermana, Estrella Garro. Más tarde, Elena intentó quemar el fajo de hojas sobre la estufa de su casa y su hija lo rescató.

En 1962, Elena Garro se instaló, junto con su hija, Helena, en un departamento en París en el 16 de la Rue de l’Ancienne Comédie. Se cuenta que en ese sitio, mucho tiempo atrás, estuvo el teatro de Moliére.

Elena recibio en ese departamento, el 22 de junio, la carta de Carlos Barral para porponerle la publicación de su novela.

Después de que ella le mandó el manuscrito, la respuesta del editor tardó cinco meses en llegar. La carta de Barral llegó el 22 de noviembre del mismo año. Y no fueron buenas noticias.

La carta decía:

“Querida amiga: Sí, leí tu novela (recientemente) y me interesó, pero dos de mis lectores no son de mi parecer y temo que el tercero, en cuyas manos está, no sea tampoco favorable y tenga que renunciar a su publicación. En realidad, lo que ocurre, es que su libro cae demasiado lejos del tipo de literatura presumidamente realista y a veces sólo naturalista que, por razones históricas fáciles de comprender, se está haciendo ahora aquí y se ha convertido en el eje de una resurrección inesperada de la narrativa española”.

En un segundo párrafo, el editor agregó:

“Le agradecería mucho que me mandase otras cosas suyas, novela o relatos, ya que no renuncio a la idea de incluirla en una de mis colecciones. Después que este tercer lector me devuelva su libro y se vuelva a hablar de él, le escribiré resumiéndole las objeciones que unos y otros, hacen de su libro”.

No se sabe, hasta ahora, quienes fueron los lectores que rechazaron la obra que, más tarde, sería un clásico de las letras en español. Tampoco se sabe qué habrá pensado Carlos Barral tras su poca atinada decisión.

En 1963, la editorial Joaquín Mortiz publicó Los recuerdos del porvenir, con la cual Elena Garro ganó el premio Xavier Villaurrutia. Desde entonces, el libro no ha dejado de reeditarse y ha sido objeto de múltiples estudios.

En una carta al escritor argentino José Bianco, Octavio Paz dijo de Los recuerdos del porvenir: “A mí me sorprende y maravilla; ¡cuánta vida, cuánta poesía, cómo todo parece una pirueta, un cohete, una flor mágica! Elena es una ilusionista. Vuelve ligera la vida. Es hada (y es bruja)”

Y a pesar de sus profundas diferencias personales, rindió su admiración por la “sensibilidad y penetracion espiritual, en la mirada del verdadero creador, del poeta” de Elena Garro como creadora.

Los críticos no han dudado en señalar que la novela es la semilla del llamado realismo mágico de América Latina, que más tarde Gabriel García Márquez y sus Cien años de soledad expandieron al mundo entero.

Pero Elena Garro, al paso del tiempo, rechazó ese movimiento. Para ella, se había vuelto una fórmula desgastada sobre pueblos y hechos fantásticos.

El inicio de la novela, que al mismo tiempo representa su final, es legendario:

“Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo, y como el agua va al agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado espejo. La veo, me veo y me transfiguro en multitud de colores y de tiempos. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga”.

Hacia el final de su vida, Elena Garro bromeaba diciendo que, cuando tenía insomnio, se ponía a leer Los recuerdos del porvenir y a la segunda página caía dormida.

La escritora falleció el 22 de agosto de 1998, en Cuernavaca, Morelos, a los 71 años.

(Las cartas de Carlos Barral y Octavio Paz pertenecen al archivo de la Universidad de Princeton.)