Veracruz, Ver.

     
Juan Gabriel Metinides




Vida oculta

Crónica palaciega



Miercoles 21 de Febrero del 2018

Después de echarme un café sabor caldo de calcetín en el pomposamente autonombrado Gran Café del Portal.

La flota reporteril hace horas nalga ahí en ese café semi vacío que una vez Dante Delgado, en sus piches ocurrencias megalómanas expropió para «beneficio público», en intento vano por quitarle el edificio a Antonio Toca Cangas para dejárselo a los Fernández, dueños del Gran Café La Parroquia.

Pero eso esa es otra historia.

Mientras los compañeros esperaban la realización de otro evento, echando desmadre, poniéndose apodos, confeccionando memes, haciendo plática pueril, me fui al Palacio Municipal.

En este oficio aprendido a mentadas de madre en los juzgados y barandillas del Ministerio Público, aprende uno a observar, enseñanza de los extintos policías judiciales en las «campaneadas» que daban a los infractores de la ley.

Me paré en la mesa de recepción de firmas electrónicas de apoyo a la campaña de Marichuy Patricio, la aspirante indígena a la presidencia de México, que se quedará con las ganas de contender porque no le dan los números.

Me acerqué a uno de los jóvenes que recababa firmas de apoyo auxiliado por un teléfono celular con un aditamento para escanear las credenciales de elector.

Me llamó la atención su pinta, apariencia, aspecto, outfit, como dicen los millenials hoy día.
«Apoye a nuestra candidata, unidos para vencer al neoliberalismo», me dijo con énfasis casi fanático este veinteañero.

Su discurso era contradictorio, su percha, mezcla de rastafari, pandroso, chairo, coleta amarrada con hilo chiapaneco bordado, contrastaba con el teléfono de 15 mil pesos que traía.

Aun así, me dio gusto la flota chiapaneca no estuviese reñida con la tecnología.

Era la viva imagen de la democracia que proclama Lorenzo Córdoba Vianello.

La izquierda en un pequeño tinglado solicitando firmas para María de Jesús Patricio Martínez, enfrente, a unos pasos, en el Palacio Municipal de Veracruz, la derecha, personificada en el benjamín del nepotismo, despachando como presidente municipal.

Que contradictorio es este municipio veracruzano, pensó el narrador.

En el edificio Trigueros, en los pasillos del tercer nivel, apesta a miados rancios.

El baño de hombres está descompuesto. El hedor es peor que los emanados del mingitorio de La Garlopa, una cantina de pescadores que estaba en la esquina de Landero y Coss y Gómez Farías.

Un joven funcionario panista, ataviado con mocasines Ferragamo, cinturón Gucci, camisa Adolfo Domínguez y pantalones de mezclilla True Religion, se frena en seco al aspirar de golpe el tufo azufrado que sale del baño.
Refunfuñando, se enfila hacia el Gran Hotel Diligencias a orinar.

Son nuevos tiempos y nuevas caras. Todos los funcionarios de primer nivel son güeritos, ojos de color, vestimenta cara, relojes finos; todos sin excepción hacen entripados en las paupérrimas oficinas que les asignaron.

Entran sin saludar a la secretaria que esconde una bolsa de chicharrones bañados con salsa Valentina en el cajón del escritorio, no quieren sentarse en las sillas desvencijadas que les dejaron «los pinches priistas ladrones que se llevaron hasta los climas», según se queja un director de área que platica con otro funcionario en los balcones del Trigueros.

Pobres niños ricos, aguantando todo, hasta a los empleados nacos e incultos que les dejaron sembrados por la gracia sindical, por hacer una carrera política a la sombra de la yunicidad, que sólo brinda sombra a los más cercanos.

Son nuevos tiempos.

Y la sala de prensa, el espacio de los reporteros, sigue sin operar.