Veracruz, Ver.

     
Manolo Victorio




Historias al vuelo

A salto de mata



Viernes 4 de Noviembre del 2016

Raya en la pared una simbología aprendida en la primaria: cuatro rayas verticales atravesadas en diagonal por una quinta. Dos figuras iguales más tres rayas verticales. 23 días escondido, veintitrés días a salto de mata.

La ansiedad, enemiga inasible desde la niñez, lo apresa. Cualquier mendrugo es un suculento platillo, una comida opípara. Nunca gobernó al estado que lo vio nacer. En estos días aciagos no gobierna ni su apetito.

La banda gástrica que lo llevó a bajar 40 kilogramos en el último semestre de su sexenio, se ha estirado. Su estómago, músculo flexible, es depositario de sus miedos.
Desconfía de todo; de todos. Toma unos binoculares para espiar a distancia al mozo que le acerca el bastimento a lomo de mula, serpenteando entre los caminos de la montaña.

Cuando Chon, el indígena Tzotzil llega a la cabaña de piedra y paja, es esculcado con espíritu policíaco por un hombre obeso que busca con frenesí la carne seca, las tortillas de maíz serrano y la salsa de molcajete, bien picosa para calmar la ansiedad.

Su lenguaje es de señas. Los dos se entienden a la perfección. Saben que se necesitan mutuamente para sobrevivir. Uno para escapar del hambre que carcome, el otro, para huir de la justicia que lo acorrala.

El tablón sin desbastar que sirve de mesa, es cubierto por un mantel de lana cruda de borrego. La comida está caliente por la técnica del indígena de envolver los alimentos en una bolsa de nailon, un receptáculo cálido que resiste el frío de la montaña.

El huésped, barbado, tembloroso, desanuda la bolsa de plástico, frenético, desea hincarle diente a la carne con una tortilla enrollada en taco.

-Tranquilo, patrón, hay más tiempo que vida-, dice, en dialecto, con calma ancestral, Chon.

El hombre ni lo escucha ni lo entiende. Quiere comer.
Chon arregla la mesa. Jala un tazón de peltre, lo medio llena de agua y le coloca unas flores silvestres que arrancó a la orilla del camino.

La ceremonia culinaria calma al hambriento fugitivo.

El indígena dispone dos bancos alrededor del tablón, toma del pumpo –una jícara usada para transportar líquidos-, lo ladea para servir una combinación de jugo de piña y ron de caña brava.

Los dos comen. Las clases sociales se difuminan. El poder político acuñado por el hombre barbado, los 35 mil millones de pesos desviados del erario, no son barrera.
Los dos hombres, acodados en la mesa, son iguales.

La escena parece extraída de una novela de Ignacio Manuel Altamirano.

El retrato de los dos hombres comiendo es una estrofa en la poesía del comiteco Jaime Sabines.

No hay maldad en el cuadro.

La ambición por el dinero, el desprecio por la vida y destino de ocho millones de veracruzanos, se quedaron afuera de la cabaña. Pastan junto a la mula.

Saciada el hambre, mitigada la sed, cada quien vuelve a su realidad.

El indígena al caserío. El reo a luchar con sus demonios interiores.

Javier Duarte anda suelto.

@ManoloVictorio
mvictorio33@hotmail.com