Veracruz, Ver.

     




Qué absurdo invertir en cultura



Martes 1 de Noviembre del 2016

Durante estos días se ha estado presentando en el teatro Clavijero la obra “Don Juan Tenori y/o” de José Zorrilla, un clásico de la literatura hispana, la vida descontrolada apasionada y llena de cargas de adrenalina de un joven sevillano que engaña, mata y tima a todo personaje con el que se ve relacionado.

Una humilde presentación que cumple quince años de llevar el clásico adaptado al público veracruzano. En una ciudad donde consumir cultura no es parte de los hábitos de sus pobladores se encuentra normal que exista total carencia de la oferta y que manifestaciones como esta lleguen de manera gratuita.

Por otra parte reflexionando no muy profundamente, si apenas y ha quedado recursos para infraestructura y educación, pilares primordiales de una sociedad, que decir de lo que el gobierno invierte en el ocio cultural.
Un titular de un periódico en línea internacional atrajo magnéticamente mi atención “Italia regalará 500 euros a los jóvenes para gastar en cultura”, que festín el de los jóvenes italianos de 18 años en adelante que podrán invertir en obras, museos, libros, conferencias sin temer que el bolsillo se vea afectado.

En seguida el acto reflejo de copiar se hizo presente, que México haga lo mismo, y el acto reflejo del pesimismo que deviene del anterior se hizo presente también: pero no sería factible que una iniciativa de tal magnitud se hiciera cuando la pobreza extrema asola a casi la mitad de la población, cuando la educación básica en zonas marginadas apenas y llega.
Sería desconsiderado, sería igual de absurdo que comprar libros para luego no leerlos. Sería una situación perfecta para todo aquel sediento de sabiduría y con onda pobreza o sencillez económica, pero para el resto que apenas y tienen para comer no se va a llegar con un libro en la mano y decirle, buen provecho.

Y el ciudadano veracruzano promedio dirá, ¿para qué nos serviría ir al teatro, leer un libro, visitar un museo, asistir a ferias, conciertos, exposiciones, cine y todas esas cosas fatuas de la vida?

No será una revelación el leer un solo libro o asistir a una obra, obtener el amor a esas prácticas puede llevar años para quienes no están acostumbrados a ello.

Encontrarle el sentido a la obra después de leer el libro, o a la película, o al concierto es una sensación francamente aliciente, anima a saber si pasará lo mismo con el siguiente, que otras cosas traerá consigo.

Hay un sutil regodeo al percibir detalles mínimos que el espectador común no ve, con la práctica de esos pequeños regodeos se forma un criterio que más adelante se esparce cual enfermedad y empieza a aportar un filtro en todo lo que se observa, en la vida diaria, en el juicio de la percepción de la vida política, en pocas y mortales palabras, es más difícil que te cambien oro por espejitos.

Enriquecimiento personal y fortalecer la identidad vienen de cajón, tener tema de conversación nunca volverá a ser un problema, hasta en ocasiones puede ayudar en el tema del flirteo, si, hasta en esos campos se vuelve uno diestro.

Al crear consumidores estos demandarán y los productores de cultura aumentarían lo cual se traduce a oportunidad de empleo, es la cadenita evolutiva oferta-demanda, a la economía también le beneficia que seamos un país culto.
Así podríamos asistir a obras de autores mexicanos, de las cuales no se haga por caridad si no porque el público así lo demanda. Tal y como un slogan político dijo hace pocas campañas, a México le conviene, sin embargo será difícil separar al consumidor de las películas norteamericanas, de los partidos del viernes por la noche y de los centros nocturnos costeros, que absurdo suena ¿no?