Veracruz, Ver.

     
Oscar Uscanga




Entre letras

El cuarto



Martes 18 de Octubre del 2016

El semblante le cambia cuando su silueta ingresa a la casa. Saluda a todos, incluso al silencio, pero menos a mí, otra vez me ignora. Contradictoriamente entre más fuerte me siento más débil se ve su mirada.

Un vaso de agua en sus manos, cuatro pasos a la sala de dos sillones donde deja sus tiliches y en la alcoba lo espera un desnudo temporal que acaba con la muda vieja de ropa que siempre se pone para descansar en la veterana casa. Un libro y sus lentes, un suspiro y su nervioso voltear a todos lados sin razón alguna, no lo entiendo…
Le gusta sentarse frente al aparato para escribir historias. Hoy soltó un gruñido irritante después de decir- carajo que pasa- mientras desaparecían las letras en la lámina brillante.

La luz siempre está prendida durante la noche y paradójicamente ilumina todo el cuarto en un tono grisáceo, ¿para qué la quiere? Me pregunto cada vez que jugamos al “necio del yo la apago y él la prende”. Conozco cada arista de éstas paredes, desde el chicle escondido debajo del tapiz o el retazo de ropa detrás del ropero. De verdad, no lo entiendo.

Intruso etéreo

No tiene mucho que llegó y ya no le gusta estar aquí, cada irritación suya me irrita al doble y antes de golpear las cosas a causa de mi enojo mejor me marcho al otro cuarto donde nos es más fácil ignorarnos.

Antes me permitía velar su sueño y aún con frío, suspirar juntos por la compañía siempre necesaria para el ser humano. Comer juntos, él por necesidad y yo por costumbre. En fin, hace unos meses la cosa era diferente, hace unos meses llegó gritando – excelente cuarto ma´ se ve que la vamos a pasar bien- y yo le creí.

Su voz únicamente resuena cuando habla con su amada madre, su estricto padre o inquieto hermano que suele jugar conmigo cuando me refugio en aquél lugar que sólo es cómodo en momentos de cólera, los demás días prefiere recitar poemas, escribir sus historias o ignorar cada cosa que hago para llamar su atención, pero ya ni los suspiros funcionan.

Por fin

Todo cambió esa noche. Decidí tomar valor y decirle a pesar de su necedad, el porqué de mi tristeza remojada en incomprensión. Fue más rápido de lo que pensé:
Me acerqué cuando dormía aprovechando su tranquilidad y le rosé el oído con voz sutil. Abrió los ojos y comenzó a recitarme desesperadamente ese poema que con cada repetición me tranquilizaba el alma... “santificado sea tu nombre, santificado sea tu nombre, amén”.
Ahora está un poco confundido y sus ojos ya ven la luz grisácea. No se fue como los otros.

Desde esa noche su familia llora, pero no los entiendo. De verdad, no los entiendo...